Sí. Hoy es tu cumpleaños. Hoy es el cumpleaños de la
Iglesia. Y si tú eres Iglesia, hoy es tu cumpleaños. ¿Por qué? El Papa Pablo VI
decía que “la Iglesia existe para evangelizar”. Y hoy, día de
Pentecostés, los primeros cristianos recibieron el Espíritu Santo
y comenzaron, sin ningún miedo, a anunciar el Evangelio. Por tanto, hoy comenzó
la misión de la Iglesia.
La
primera lectura de este domingo nos dice:
Lectura del libro de los Hechos de los
Apóstoles (2,1-11):
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».
En
nuestro mundo se hablan muchos idiomas. Muchas veces no nos entendemos.
Nosotros mismos hemos pasado por la experiencia de no encontrar a nadie que
entendiese nuestro idioma cuando necesitábamos ayuda o de no poder ayudar
adecuadamente a alguien porque sencillamente no le entendíamos.
Hoy celebramos Pentecostés, la venida del Espíritu
Santo sobre aquel primer grupo de apóstoles y discípulos. La venida del
Espíritu Santo tuvo un efecto maravilloso. De repente, los que habían estado
encerrados y atemorizados se atrevieron a salir a la calle y a hablar de Jesús
a todos los que se encontraron. En aquellos días Jerusalén era un hervidero de
gente de diversos lugares y procedencias. Por sus calles pasaban gentes de todo
el mundo conocido de aquellos tiempos. Lo sorprendente es que todos escuchaban
a los apóstoles hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios.
Desde entonces el Evangelio ha saltado todas las fronteras de las
naciones, de las culturas y de las lenguas. Ha llegado hasta los más recónditos
rincones de nuestro mundo. Y por ello, hoy son muchos los que se siguen dejando
llevar por el Espíritu y con sus palabras y con su forma de comportarse dan
testimonio de las maravillas de Dios.
El
Espíritu sigue alentando en nuestro mundo. Hay testigos que comunican el
mensaje por encima de las barreras del idioma o las culturas.
Hoy el Espíritu nos llama a nosotros a dejarnos llevar por él, a
proclamar las maravillas de Dios, a encontrar nuevos caminos para proclamar el
Evangelio de Jesús en nuestro mundo. Hoy es día de fiesta porque el Espíritu
está con nosotros.
Terminemos
con la secuencia que se lee en la liturgia de este domingo:
Secuencia
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
José Cordero, párroco.
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