"Creo, pero ayuda mi falta de fe” (Mc 9, 24)
Seguimos viviendo este confinamiento social obligatorio y, por lo tanto, estamos aprovechando este tiempo para que todos nosotros, como Iglesia – laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas – profundicemos en nuestra fe. Para ellos les invito a reflexionar aquellas palabras de ese padre abatido que buscaba sanar a su hijo.
En primer lugar, tenemos que decir que:
La fe cristiana es creer en Alguien, en una Persona, en Jesucristo, el Hijo único de Dios que ha entrado en nuestra historia para mostrarnos el amor del Padre. Como nos recuerda el Papa Benedicto XVI: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida…” (Deus Caritas Est nº 1)
Entonces, la fe cristiana no es otra cosa que una respuesta amorosa y confiada a Dios; a ese Dios que ha venido a nuestro encuentro y se nos ha manifestado. En este sentido, cultivar la fe exige escuchar la Palabra de Dios, adherirse a Jesucristo, profesar la fe en comunión con la Iglesia, que es su depositaria, y tratar de vivirla en el servicio y amor a los hermanos, tal como nos enseñó el Señor.
Durante este periodo que aun nos queda sin poder movernos de nuestras casas, será un tiempo propicio para poder fortalecer nuestra fe, y fortalecerla ya que la fe no consiste en esperarlo todo de Dios milagrosamente, sino que la fe nos impulsa a hacer todo lo que está de nuestra parte, a no dejar ni una piedra sin remover.
Atribuyen a San Ignacio la frase: "Cree como si todo dependiera solo de Dios, y al mismo tiempo muévete como si solo dependiera de ti". Por tanto, cuando volvamos a participar de las celebraciones cotidianas de nuestra liturgia, que podamos vivirlas con auténtica fe, con devoción y plena confianza en el Señor, el Dios de la vida y de la historia y como aquel padre que busca acrecentar su fe salir fortalecidos de cada celebración.
Pablo Soto, vicario parroquial.
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