Día 36 de Confinamiento
Éste es el Salmo que nos propone la liturgia para la Eucaristía de hoy, 20 de abril. Te invito a que lo reces y reflexionemos con estas líneas que nos acerca un misionero claretiano en torno a él. ¡¡Ánimo!!
José Cordero, párroco
Salmo
R/. Dichosos los que se refugian en ti, Señor
¿Por qué se amotinan las naciones
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo». R/.
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sion, mi monte santo». R/.
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo:
te daré en herencia las naciones;
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás con jarro de loza». R/.
¿Por qué se amotinan las naciones
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran
contra el Señor y contra su Mesías:
«Rompamos sus coyundas,
sacudamos su yugo». R/.
El que habita en el cielo sonríe,
el Señor se burla de ellos.
Luego les habla con ira,
los espanta con su cólera:
«Yo mismo he establecido a mi Rey
en Sion, mi monte santo». R/.
Voy a proclamar el decreto del Señor;
él me ha dicho: «Tú eres mi hijo:
yo te he engendrado hoy.
Pídemelo:
te daré en herencia las naciones;
en posesión, los confines de la tierra:
los gobernarás con cetro de hierro,
los quebrarás con jarro de loza». R/.
Queridos amigos, el salmo empieza con una sublevación de los reyes, como si el futuro de la humanidad, estuviera en manos de los hombres, de los que gobiernan las naciones, incluso en contra de Dios. Lo que estamos viviendo en estos momentos de pandemia nos lleva descubrir que el futuro no está garantizado: no somos omnipotentes, superpoderosos; nuestros proyectos, programaciones, rutinas… se han escapado de nuestras manos; nuestras limitaciones se muestran, ahora más que nunca, a flor de piel. Pero esto no significa que hay que rendirse.
La antífona del salmo, “Dichosos los que se refugian en ti, Señor”, proclama la dicha de quien se acoge a Dios. Buscar refugio o acogida en el Señor es un acto de confianza total en Dios, en cuyas manos están los hilos de la Historia y de nuestra historia particular, de nuestra vida. Por eso, orar con este salmo es situarse ante Dios, dejar la rebeldía y el deseo de poder y saberse acogido desde nuestra fragilidad en las manos de Dios.
Muchos de nosotros podemos sentirnos como en una larga noche. Necesitamos una luz que alumbre nuestras preguntas, nuestros miedos, nuestras incertidumbres. Esa luz es Jesús.
Para comprender lo que estamos viviendo es necesario aceptar la vida como don, del que no podemos disponer por nosotros mismos. Aceptar nuestra existencia como don es, en definitiva, acoger la filiación divina regalada por el Hijo de Dios y vivirla en fraternidad, que es consecuencia de esta filiación.
“El cielo está rojo. Mañana hará buen tiempo.”
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