Hoy es domingo y en la Iglesia damos inicio a la Semana mayor. Iniciamos la Semana Santa y la hacemos con el Domingo de Ramos. Éstas celebraciones tienen una connotación muy especial, los vamos a celebrar quedándonos en casa y poniendo nuestra atención en aquél, que nos sana y salva.
La celebración de hoy consta de dos partes: la primera es la que da el nombre a este día, la celebración de los ramos. La liturgia nos invita a contemplar el evangelio según San Mateo: Mt. 21,1-11. Esta escena se complementa con lo que el apóstol nos recuerda en la segunda lectura: “Cristo a pesar de su condición divina, no hizo alarde su categoría de Dios, al contrario se despojó de su rango y tomó a condición de esclavo, pasando por uno de tantos (Flp 2,6-7).
Jesús es el que desde su humildad nos enseña que su mesianismo no se basará en el poder y la gloria, sino en la humildad que busca la vida y la verdad. El hijo de David, conmueve los corazones.
Celebramos el triunfo de Jesús y entramos en el misterio de su pasión. El pueblo de Israel como el nuestro, esperaba el cumplimiento de las promesas de Dios: al Mesías prometido.
La segunda parte de esta liturgia es la celebración de la Eucaristía, donde se nos invita a contemplar - en este año el ciclo A - el evangelio de San Mateo: Mt 26,14-27,66. Es una lectura larga que casi siempre se hace entre dos o tres personas, es la lectura de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Al escuchar esta lectura hay que recordar que, Pascua es muerte y vida, son las dos cosas a la vez: cruz y vida. El prefacio de hoy dice, por una parte, que "Cristo, siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales", pero a la vez da gracias a Dios porque "de esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa y, al resucitar, fuimos justificados". Nosotros también nos unimos a las aclamaciones de la gente de Jerusalén, expresándole a Jesús, al comienzo de "su" Pasión, toda nuestra admiración y gratitud, dispuestos a acompañarle esos días en su camino de cruz a la alegría de la Pascua.
Jesús camina decidido a su Pascua, a la Pascua completa, que es muerte y resurrección. Y nos da una gran lección desde la cruz.
El relato de la pasión nos presenta toda la seriedad del camino de Jesús, por solidaridad con los hombres, hasta la muerte en cruz. Pero no va a ser esa la última palabra: en la Vigilia Pascual escucharemos el evangelio más importante del año, el de la resurrección, que será la respuesta de Dios a la entrega de Jesús.
La impresionante lectura de la Pasión nos afecta a todos y se refleja también en nuestra vida, más aún en este tiempo de pandemia que está viviendo toda la humanidad. Nuestro seguimiento de Cristo comporta, a veces, cargar como él con la cruz. Muchos hermanos nuestros, como el Cireneo, están ayudando a cargar la cruz de la enfermedad, el dolor y el abandono a tantas personas que caen víctimas del covid-19. Ellos están haciendo más llevadera la pasión de estas personas sintiéndose solidarios y unidos, de esta manera, también a la pasión de nuestro Señor. Pero, así como estamos teniendo estos días de dolor, de sufrimiento y de muerte, también necesitamos reafirmar hoy, más que nunca, con la celebración de ramos, la confianza en el triunfo de la vida, porque Cristo venció a la muerte. Estamos destinados, no a la cruz, sino a la vida. No al sufrimiento, sino a la alegría perfecta.
Pablo Soto, vicario parroquial.
Comentarios