¿Castigo de Dios?
Una visión, - reducida, - de Dios es la que muchos hemos aprendido desde pequeños: “pórtarte bien, si no Dios te va a castigar”, “no hagas eso porque Dios te está mirando”, “si no cumples con lo que has prometido, Dios se va a molestar”...
Como digo, muchos hemos crecido con esta idea – imagen de Dios. Cuando ingresé a la vida parroquial y desde el trabajo de los sacerdotes de mi parroquia fui entendiendo a Dios de otro modo: un Dios misericordioso, que en la Pasión – Muerte y Resurrección de Cristo nos ha salvado; recuerdo que una de las primeras reflexiones que se me quedaron grabadas en mi mente es la del evangelio de San Juan, en los versos 16 y 17 del capítulo 3: “...Tanto amó Dios al mundo...” Durante mi formación sacerdotal, esta afirmación del amor y la misericordia de Dios se fortaleció hasta casi desaparecer esa imagen del Dios castigador. Jesucristo nos ha traído un reino de Justicia, amor y paz, que aunque no se realiza aun en plenitud, esa semilla germina en cada persona de buena voluntad.
Ahora, durante estas últimas semanas, veo con cierta tristeza y hasta preocupación cómo muchas personas, ante esta situación de pandemía, apelan a los signos del final de los tiempos, desde el apocalipsis. Un castigo justamente por lo mal que va el mundo, por la comunión en la mano, por la pachamama, por la secularización, por cerrar las iglesias para evitar los contagios. Incluso algunos más osados se atreven a decir que ya la Biblia habla del coronavirus, haciendo una interpretación muy irresponsable de Isaías 20,26,
Una de las cosas que veo ante estas reflexiones es justamente la imagen equivocada de Dios que tenemos en la cabeza, pareciera que tenemos la imagen de un Dios sádico, que premia a unos y castiga a otros, un Dios manipulador... Nos hemos olvidado que Dios es el “Clemente y compasivo, tardo a la cólera y grande en amor” (Sal 145, 8). Dios nos ha dado a cada uno de nosotros la responsabilidad de sacar adelante la obra de sus manos, sacar adelante esa creación que nos ha encomendado desde nuestra madurez y libertad. Eso implica que seamos capaces de actuar con humildad para pedir a Él que nos inspire y así poder escuchar a Dios que nos habla en la naturaleza, respetándola y respetando al prójimo.
Una visión reduccionista de Dios es echarle la culpa a Él de lo que nos pasa y no asumir nuestra responsabilidad. Lo que vivimos ahora no lo vemos como castigo divino, sino como esa oportunidad que tenemos para poder volver nuestro corazón a Él, a lo que es verdaderamente valioso para nosotros como personas, como seres humanos, para arrodillarnos ante el Señor y pedir la sabiduría necesaria y salir adelante ante esta crisis. Para dejar de lado modelos de vida superficiales y volver a la familia.
Pablo Soto, vicario parroquial.
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