(Día 44 de
Confinamiento)
La Iglesia sigue abierta.
¿Cuándo se ha cerrado la Iglesia?
Lo que se han cerrado son los templos, no la IGLESIA. La Iglesia sigue abierta
y quizá más viva que nunca. Allí donde hay bautizados, consagrados y laicos, jugándose la vida por los demás, trabajando incansablemente
por los más necesitados, ejerciendo un voluntariado que no sabe de horario,
cuidando con esmero de sus ancianos y enfermos, estando en casa intentando
hacer entender a sus niños la situación que estamos viviendo y que hay que ser
solidarios, etc. Ahí está la Iglesia. La Iglesia no está cerrada. Es verdad que
nos gustaría celebrar la fe en comunidad, como siempre. Pero ahora, por
responsabilidad no puede ser. Pero si podemos alimentar nuestra fe con los
nuestros, en familia.
Los obispos, estos días, están recibiendo peticiones por
parte de particulares y asociaciones, para que abran los templos. Hay gente
excesivamente preocupada por el culto, defensoras de una espiritualidad
desencarnada del momento actual. Hay gente “más papistas” que el Papa.
Sobre todo esto os dejo una comunicación del día
26 de abril del obispo de Teruel que merece la pena leer:
Antonio Gómez Cantero, obispo de Teruel
(Diócesis de Teruel).- Me llegan comunicados, vía
wasaps o al correo electrónico de la diócesis, que me hacen pensar y me
preocupan. La verdad que parecen más intrépidas defensas que sosegadas
propuestas y siempre disparan contra alguien. Me da la sensación que
hay mucha estrategia interesada encerrada en ellos. Las propuestas son
siempre necesarias, y más en este tiempo de grave dificultad, pero deben de
estar cargadas de creatividad y buena conciencia.
Pero cuando me envían una foto de un numeroso grupo de
musulmanes rezando en una terraza, con la queja añadida: mientras que aquí nos
han prohibido la Semana Santa… hay gato encerrado. Y no porque la foto
malintencionadamente es de Dubái, sino porque aquí nadie ha prohibido la
Semana Santa, sino que las cofradías se han adelantado al gobierno con
gran responsabilidad. Del mismo modo que la mayoría de los obispos, también
adelantándonos a las directrices gubernamentales, cerramos nuestras parroquias
y no como se está diciendo, porque algunos políticos están aprovechándose del
coronavirus para imponer a los cristianos su laicismo radical. El
laicismo no se impone. Ni en los países dictatorialmente ateos han
podido con las comunidades cristianas, a pesar de los martirios.
Algún sacerdote me pide que abramos de nuevo las parroquias,
no quiero utilizar la palabra iglesia, porque la Iglesia está en cada uno de
todos nosotros y sigue abierta. ¡Somos el Cuerpo de Cristo! Aunque no
sé si eso nos lo hemos llegado a creer del todo. Seguro que si orásemos un
poco más este misterio seríamos más comunidad, a pesar de que nuestras
parroquias permanezcan cerradas a causa de esta imprevista o mal calculada
pandemia.
Esto no es una cuestión de una miedosa prudencia episcopal,
sino de una excepcionalidad para preservar la salud pública, de todos. Yo puedo
dar libertad para que el párroco que lo desee abra su templo (y estoy seguro
que algunos, por celo, lo harían) pero eso es huir de mi responsabilidad
pastoral. Y no me vale que me digan algunas personas: ¡Si abren Dios nos va a
ayudar! Eso es tentar a Dios. Tu responsabilidad es cumplir el quinto
mandamiento: no matarás, no te hagas daño a ti mismo ni a los demás.
Vamos a ver, si yo creo en la vida desde el primer impulso
hasta más allá del último suspiro, ¿cómo pensáis que pueda jugar a la ruleta
rusa con la vida de los creyentes de estas comunidades que debo presidir en la
caridad? ¿O es que no exponer la vida de los creyentes, muchos de ellos
ancianos, no es también defensa de la vida? En esto no caben paños
calientes. A mi claro que me duele que nuestros templos estén
cerrados, que no haya celebraciones, que los familiares no puedan despedir a
sus seres queridos como siempre hubieran soñado… pero nos tiene que entrar en
la cabeza que este es un tiempo de excepción, tiempo de cruzar el
desierto, donde no hay nada, ni siquiera un oasis, pues quizás lo que vemos
como agua en el horizonte siga siendo un espejismo. Ahora el Éxodo se está
haciendo realidad, también para los creyentes es un tiempo de prueba.
Creo en todos los que formamos parte de este gran cuerpo que
es la Iglesia. En el laicado que son la trama y la urdimbre de nuestras
comunidades y de Cáritas y Manos Unidas, así como de nuestros movimientos,
asociaciones y cofradías. En las personas consagradas que son testimonio de los
consejos evangélicos, motor de su entrega. Del diácono permanente y de los
sacerdotes que nos impulsan por su vocación a la vida comunitaria en
Cristo. Sé que no tenemos miedo y que entre todos se hará más pública y
radiante una Iglesia en renovada conversión.
¡Ánimo y adelante!
José Cordero, párroco
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